jueves, febrero 04, 2016

Al monte con niños

Invocaciones al fuego en Santa Marina.
Antes de que el arte de ir al monte con niños fuera objeto de interés para urbanitas en revistas y guías montañeras, algunos padres, o tíos, o primos ya practicaban tres, o cuatro, o doce mañas:
(Recomiendo seguir leyendo con la música de Baga biga higa, de Mikel Laboa, todo se entenderá mejor).
-Hacer fuego. Un buen fuego consumía cualquier desventura montañera: la fatiga, una torcedura de tobillo, el vacío del estómago, el picor del crédulo que aguantó la respiración en el revolcón por las ortigas...
-Un palo. Ahora, ¡ay!, telescópico, impersonal (excepto los tuneados por Patxi).
-Una navaja, extensión de cualquier mano hábil. Ahora un arma letal.
-Una bota con vino tinto y peleón. Ya sé que hoy no suena políticamente correcto, pero la imagen del hombre feliz que bebía de la bota se elevaba (y escurre aún) por las montañas de la memoria mucho más allá que ésta, ¡ay!, de los que llevan camelbak o una botella de ciclista.
-Chorizo. A ser posible en ristras (el plural importa); para así hincarlo en un palo (afilado a navaja) al fuego; para comer con el vino (obviamente, sólo para niños mayores de 18 años).
-Un perro. La mejor acotación que puedo añadir al perro es que ayudaba a atrapar conejos u otros animales, pero me temo que tampoco se puede contar ya esto.
-Una poza, o charca, o arroyo con animales, preferentemente anfibios: ranas, sapos, renacuajos y, sobre todo, tritones. Significaba, como poco, una hora de entretenimiento; y los huevos de rana que se llevaban a casa con la complicidad de padres, o tíos, o primos (refugiados en la función didáctica) ayudaban a la asimiliación del proceso de metamorfosis: huevo-renacuajo-rana.
-Un ladera herbosa. Cuanto más alta estuviera la hierba y más fuerte fuera la pendiente, mejor para la croqueta, el deslizamiento sin trineo, la voltereta con tirabuzón.
-Hacer una cabaña y disponer de un hacha (aunque no se usase, por si acaso). Lo más: hacer una cabaña en un árbol.
-Subir un árbol, aunque no construyeras una cabaña en las ramas.
-Linterna. Había (y hay) tres excusas excelentes para usar la literna: explorar una cueva, las sombras chinescas y que se haga de noche en el monte. (Pero los niños saben perfectamente cuál de las tres es una maña de blanditos).
-El hielo de los charcos o de las estalactitas (una concesión al invierno): la resistencia del hielo a ser quebrado o al peso de las pisadas; obtener una especie de puñal de hielo con la que cruzar espadas a primera sangre (generalmente en la empuñadura).

El domingo 31 de enero de 2016, caminamos con bastones telescópicos, alcanzamos la cima de Bargagain (o Urbasa) en medio de una niebla densa y fría, nos refugiamos en Santa Marina, servimos la botella de gewürztraminer en vasos de metal, no cominos chorizo a la luz de las liternas frontales, nos conformamos con: pie violeta en revuelto, cabeza de jabalí, jamón serrano, queso de cabra, chocolate y té; no llevamos perro, no subimos a un árbol ni rodamos por la hierba, vimos con distancia las puestas de las ranas en un par de charcas; pero, eso sí, rompimos el hielo en el refugio de Santa Marina, donde otros montañeros con niños, más ajustados a la edad que se supone tienen los niños, habían preparado un fuego de muy señor mío.

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